La dominación en Tocqueville

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martes, 8 de abril de 2008

LA DOMINACION EN TOCQUEVILLE

Alexis Charles Henri de Tocqueville fue un hombre político y escritor francés, nacido en Veneuil el 29 de julio de 1805 y muerto en Cannes el 16 de abril de 1859. Estudió derecho en París y en 1827 fue designado juez en Versalles. En 1831 viajó a Estados Unidos en compañía de Gustave Auguste de Beaumont con la misión de estudiar el sistema penal norteamericano. Al año siguiente renuncia al cargo de juez como protesta por el despido de su amigo Beaumont y se publica El sistema penitenciario de Estados Unidos y su aplicación en Francia, donde se recogen las observaciones realizadas el año anterior. Comienza la redacción de La democracia en América, obra en la que basaremos nuestro estudio del problema de la dominación, cuyo primer tomo se publica en 1835.
Entre 1839 y 1848 fue miembro de la cámara de los diputados francesa representando a Valognes, formó parte de la comisión para la reforma del servicio penitenciario y luchó por un poder judicial independiente y por la descentralización del gobierno. En 1849 fue elegido ministro del Exterior y, durante parte de ese mismo año, ministro de Asuntos Exteriores. Es encarcelado en 1851 al oponerse al golpe de Estado llevado a cabo por Luis Napoleón Bonaparte y tras su liberación se retira de la vida política.


También A. de Tocqueville se plantea el problema de la libertad individual ante el avance del igualitarismo moderno. Sin embargo, a diferencia de J. S. Mill, A. de Tocqueville no es un moralista sino un pensador político; y a diferencia de los teóricos políticos de los siglos anteriores, no se ocupa del estado de naturaleza o del origen supuesto de la sociedad, sino de la historia anterior y de los orígenes históricos.
¿Cuál es la temática central de La democracia en América de Alexis de Tocqueville? Su objetivo es comprender la “revolución democrática” en América del Norte, sus caracteres, sus causas y sus efectos y mediante una comparación con la situación europea y francesa en particular, construir una nueva ciencia política que permita controlar los acontecimientos históricos de manera prudente.
Como señala J. P. Mayer, la teoría política de A. de Tocqueville se podría resumir en esta cita del prefacio de su obra El Antiguo Régimen y la Revolución:

“En medio de las tinieblas del porvenir ya se pueden adivinar tres verdades muy claras. La primera es que todos los hombres de nuestros días son arrastrados por una fuerza desconocida que se puede esperar gobernar y moderar pero no vencer, la que ora los empuja dulcemente y ora les precipita con violencia hacia la destrucción de la aristocracia; la segunda es que, entre todas las sociedades del mundo, aquellas que tendrán más dificultad para evitar al gobierno absoluto serán precisamente las sociedades en las que la aristocracia ya no exista ni pueda existir; la tercera finalmente, es que en ninguna parte el despotismo producirá efectos tan perniciosos como en aquellas sociedades; pues más que ninguna otra clase de gobierno éste favorece el desarrollo de todos los vicios a los que estas sociedades están especialmente sujetas, y los impulsa en la dirección hacia la que se inclinan de manera natural” .

A. de Tocqueville es, más que un liberal o un defensor de la libertad, un pensador de la democracia , la que no es considerada como una forma de gobierno sino como “la creciente igualación de las condiciones” políticas y sociales (es decir, igualdad de derechos y supresión de privilegios). La democracia es un estado social, un régimen en el que conviven un tipo de sociedad, una forma de gobierno y un estilo de vida. La idea rectora de la democracia es la igualdad , mientras que la idea rectora del liberalismo es la libertad (que supone la idea de competencia ).
Los liberales piensan que el hombre es naturalmente egoísta y a partir de este supuesto construyen modelos sociales que compatibilicen el egoísmo con la asociación. A. de Tocqueville piensa que el “instinto” básico que mueve la revolución democrática es la envidia, el deseo de igualación . La igualación es un “hecho” , no un ideal; es un hecho novedoso, que habiendo encontrado condiciones favorables en América del Norte, ha manifestado más claramente sus efectos y sus peligros.

La revolución democrática: la historia avanza hacia la democracia movida por la igualdad

“Una gran revolución democrática –escribe Tocqueville- se está operando entre nosotros. Todos la ven, mas no todos la juzgan de la misma manera”. Ante ella se toman dos actitudes: unos la consideran un hecho nuevo, accidental, detenible; otros la consideran irresistible por ser “el hecho más ininterrumpido [continuo], más antiguo y más permanente que se conoce en la historia” . La “revolución democrática” es definida como una “igualación de las condiciones”, como una “nivelación universal” y también como una “revolución social” . Es un hecho objetivo, independiente de la conciencia y de la voluntad de los hombres, que han colaborado con él “como ciegos instrumentos de Dios”.
Las sociedades premodernas han sido en general aristocráticas , sociedades con un régimen de dominación personal en las que la desigualdad es la norma y el honor la pasión rectora; mientras que la revolución democrática pertenece a la época moderna, no habiendo ningún hecho “en los últimos setecientos años” que no esté encaminado hacia la igualdad. Los acontecimientos orientados “en provecho de la igualdad” son: 1) las guerras y las cruzadas, que diezmaron a los nobles y dividieron sus tierras, 2) el surgimiento de los munici¬pios, 3) la invención de las armas de fuego, 4) la invención de la imprenta, 5) la rehabilitación de los correos, 6) la reforma del protestantismo, 7) el descubrimiento de América en la que “mil nuevas vías se abren a la fortuna”. Desde el siglo XI los nobles descienden y los plebeyos ascienden en proporciones inversas .
“El punto sobresaliente del estado social de los angloamericanos consiste en ser esencialmente democrático” . Dicho estado se consolidó por los efectos producidos por la ley de sucesión y por la instrucción primaria. En el primer caso, porque trajo una “revolución en la propiedad; no sólo los bienes cambian de dueño, sino también, por así decirlo, de naturaleza, ya que se fraccionan sin cesar en porciones cada vez más pequeñas”, con dos efectos: (1) directo: los bienes, especialmente territoriales, tienen lógicamente una tendencia a redu¬cirse; (2) indirecto: se destruyen rápidamente las grandes fortunas, y sobre todo, los latifundios, porque se destruye el nexo íntimo entre el espíritu de familia y la conservación de la tierra. En el segundo caso, porque

“respecto a los conocimientos humanos impera en América un cierto nivel intermedio. Todas las inteligencias se han visto niveladas allí; unas por encima, otras por debajo. […] Sucede que las inteligencias, aun siendo desiguales por designio del Creador, hallan medios iguales a su disposición” .

De estos hechos se derivan las siguientes consecuencias políticas:

“Sería incomprensible que la igualdad no acabase por penetrar en el mundo político al igual que en lo demás. No se puede concebir que haya hombres eternamente desiguales en un solo punto e iguales en todos los otros. Acabarán, pues, en un tiempo dado, por ser iguales en todo” .

La revolución democrática no es necesariamente contradictoria con el ejercicio del poder entendido como ciertas relaciones de mando y obediencia o como ciertas formas de gobierno. A. de Tocqueville distingue entre las relaciones de poder legítimas y las ilegítimas, entre la subordinación o la obediencia y la opresión. “No es el uso del poder ni el hábito de la obediencia lo que deprava a los hombres, sino el uso de un poder que juzgan ilegítimo y la obediencia a un poder que consideran usurpado y opresor” . Este autor considera que cuando las relaciones de poder son juzgadas como ilegítimas u opresoras devienen relaciones de dominación .

Puritanismo y democracia

A. de Tocqueville rastrea el origen de la revolución democrática hasta la concepción cristiana de la salvación universal por la cual el Redentor muere por todos los hombres, haciéndolos iguales ante Dios . Cuando comienza a ponerse el acento sobre la vida terrenal, la idea de la igualdad se extiende naturalmente a todos los ámbitos de la existencia. Sobre estos datos se basa para afirmar que la fe y la creencia son el fundamento de las formas de vida. Como Maquiavelo, A. de Tocqueville piensa que una sociedad libre sólo es posible a condición de que se desarrollen ciertas costumbres, instituciones y leyes, las que se condicionan mutuamente. Pero ellas sólo son posibles sobre la base de ciertas creencias . Por eso asigna una tan grande importancia a la religión en sus estudios , anunciando las investigaciones sobre sociología de la religión que Max Weber hará casi un siglo después.
Anticipando en algunos aspectos a La ética protestante y el espíritu del capitalismo de Weber, A. de Tocqueville cita a un historiador de los primeros años de la colonización, quien escribía (como los autores del Antiguo Testamento) para que las generaciones futuras “aprendan a alabar al Señor”; haciendo una teología de la historia y afirmando que Dios había guiado a su pueblo hasta esas tierras y lo había salvado de la opresión. “Estos hechos deben ser conocidos para que a Dios se le otorgue el honor que le es debido y algunos rayos de su gloria puedan caer sobre los nombres venerables de los santos que le sirvieron de instrumentos” .
¿Qué motivó la colonización americana, su crecimiento y expansión? En opinión de Tocqueville, fueron las concepciones religiosas . Los “principios” y las “ideas” son las causas de los acontecimientos históricos. Haciendo una fundamentación inversa a la materialista, sostiene que no son los hechos económicos las causas explicativas de los cambios “ideológicos” sino, por el contrario, las creencias en ciertos principios o ideas las que sirven de fundamento al orden social. Pero A. de Tocqueville coincidiría con Hegel y con Marx en que no es la conciencia la “causa última” de los cambios históricos.
A. de Tocqueville se esfuerza por mostrar que las creencias religiosas estrictas no excluyen concepciones políticas y sociales amplias y que la pasión en la búsqueda de la salvación ultraterrena puede admitir una pasión no menor en la persecución de bienes materiales. Estas pasiones, aparentemente opuestas, en realidad se complementan .

Principios democráticos

Los principios generales sobre los que se basan las democracias modernas son, en resumen, los siguientes: (1) la intervención del pueblo en los asuntos públicos, (2) el voto libre de los impuestos, (3) la responsabilidad de los agentes del poder, (4) la libertad individual , (5) el juicio por jurado, y (6) la independencia municipal .
El principio básico de la democracia es la soberanía popular, por el que
“cada individuo participa igualmente en la soberanía y en el gobierno del Estado .
“Se considera, pues, a cada individuo tan inteligente, virtuoso y fuerte como cualquier otro de sus semejantes.
¿Por qué obedece entonces a la sociedad y cuáles son los límites natura¬les de esta obediencia?
Obedece a la sociedad, no porque sea inferior a quienes la dirigen, o menos capaz que otro de gobernarse a sí mismo; obedece a la sociedad porque la unión con sus semejantes le parece útil y porque sabe que esta unión no puede existir sin un poder regulador [gobierno].
En lo que respecta a los deberes entre ciudadanos, se convierte, por lo tanto, en súbdito. En lo que sólo a él concierne, permanece señor; es libre, y a nadie ha de dar cuenta de sus actos, salvo a Dios. De ahí la máxima de que el individuo es el mejor, el único juez de su interés particular, y que la socie¬dad no tiene derecho a dirigir sus actos más que cuando se sienta lesionada por éstos, o bien cuando tenga necesidad de reclamar su ayuda” .

Algo semejante ocurre en la relación de los municipios con el Estado: aquellos sólo están sometidos a éste en los intereses que comparten todos, pero en lo que les concierne sólo a ellos, “siguen siendo cuerpos sociales indepen¬dientes”.
Si no hay centralización administrativa, ¿cómo se logra, entonces, dirigir la sociedad? Se lo consigue porque el poder legislativo prescribe los principios y los medios de aplicarlos. ¿Cómo se logra la obediencia a las leyes? La obediencia se obtiene cuando los electores premian o castigan los desempeños, y los magistrados electos se someten a los jueces .

Centralización gubernamental (a) y centralización administrativa (b)

a) La centralización gubernamental consiste en dirigir los “intereses comunes a todas las partes de la nación, tales como la formación de las leyes generales y las relaciones del pueblo con los extranjeros”. b) La centralización administrativa consiste en dirigir los “intereses [que] incumben solamente a ciertas partes de la nación, como por ejemplo, las empresas municipales”.

“Se sobreentiende –dice Tocqueville- cómo la centralización gubernamental adquiere una fuerza inmensa cuando se une a la centralización administrativa: habitúa a los hombres hacer abstracción completa y continua de su voluntad; a obedecer, no por una vez y respecto a un punto, sino en todo y siempre. No sólo los doma entonces por la fuerza, sino que también los hace suyos mediante sus hábitos; los aísla en la masa común y se apodera de ellos uno por uno” .

A. de Tocqueville cree que una nación no puede subsistir y prosperar sin centralización gubernamental, pero ello no implica necesariamente una centralización administrativa, que “sólo sirve para enervar a los pueblos a ella sometidos, puesto que tiende incesantemente a disminuir su espíritu de ciudadanía. (...) Perjudica a la reproducción de las fuerzas” . De acuerdo a su punto de vista, estas dos formas de centralización pueden separarse .

“Lo que más admiro en América –dice-, no son los efectos administrativos de la descentralización, sino los efectos políticos. […] A menudo el europeo no suele ver en el funcionario público más que la fuerza; el americano ve en él al derecho. Puede decirse, pues, que en América el hombre no obedece nunca al hombre, sino a la justicia o a la ley” .

La tendencia a la centralización administrativa es antidemocrática y un resabio de absolutismo.

“Creo que las instituciones provinciales son útiles a todos los pueblos, pero ninguno me parece tener tanta necesidad de ellas como aquél en que impera un estado social democrático. (...) ¿Cómo resistir la tiranía en un país en el que el poder de los individuos es débil, y no les une en un conjunto ningún interés común?” .

La dominación despótica de la mayoría

El término “dominación” no pertenece al vocabulario de Tocqueville, quien se vale más bien de los términos “tiranía” y “despotismo” para referirse al “tipo de opresión” que amenaza a las democracias modernas.
“Creo, pues –escribe-, que el tipo de opresión que amenaza a los pueblos democráticos no se parecerá en nada al que la precedió en el mundo; nuestros contemporáneos no recordarán algo ya sucedido y semejante. Yo mismo busco en vano una expresión que reproduzca y encierre exactamente la idea que me formo; las antiguas palabras de despotismo y tiranía no son adecuadas. La cosa es nueva; es preciso entonces tratar de definirla, ya que no puedo nombrarla” .
Sin embargo, dado que él mismo señala las deficiencias de estos términos para nombrar “la cosa nueva” que quiere delimitar, creemos que la introducción de este concepto no traiciona su objetivo básico. En este contexto entenderemos por dominación el tipo de opresión característico de las democracias modernas.
Como observa J. P. Mayer, Tocqueville fue el primer pensador político moderno que vislumbró la posibilidad de que las sociedades democráticas pudieran mantener una igualdad sin libertad . Y, como señala N. Botana: “La libertad sin igualdad es una forma histórica perimida. La igualdad sin libertad es, en cambio, el lado oscuro del porvenir” . La dominación vislumbrada por Tocqueville, que todavía no puede nombrar ni conceptualizar, está asociada también a este “lado oscuro del porvenir”, es decir, a una sociedad democrática sin libertad. Porque, aunque la igualación de las condiciones es un hecho irreversible, puede dar lugar, sin embargo, a una “libertad con igualdad” o a un “despotismo con igualdad”, y la sociedad democrática “no garantizaba en modo alguno las libertades aristocráticas y favorecía la emergencia de una dominación aún más devastadora que el despotismo del antiguo régimen” .
Según la interpretación que N. Botana hace de Tocqueville, el “despotismo igualitario” amenaza a la democracia en una triple dimensión: como omnipotencia legislativa y tiranía de la mayoría, como decadencia cívica, cuando el egoísmo y el individualismo privados se apoderan de lo público y como caída en una centralización absoluta o en una barbarie primitiva.
En todas las sociedades hay necesariamente un principio de acción que domina y una clase que en última instancia ejerce un poder superior a los demás, porque cuando una sociedad “llega realmente a tener un gobierno mixto, es decir, dividido por igual en principios contrarios, entra en revolución o se disuelve”. Sin embargo, ello no implica contradicción con el mantenimiento de la libertad. Ésta se halla en peligro cuando “ese poder no encuentra ningún obstáculo que pueda retener su marcha y darle tiempo para moderarse a sí mismo” .
No se trata de oponerse al poder, sino a la omnipotencia, es decir, al derecho o a la facultad de hacerlo todo, de “obrar sin control y dominar sin cortapisas” . El ejercicio del poder tiene un límite infranqueable en la justicia, que es la ley general de la mayoría del género humano. La justicia es concebida por A. de Tocqueville como los derechos universales del hombre, a la que debe subordinarse todo otro principio particular, incluso el de la soberanía del pueblo .
Los liberales habían logrado poner un obstáculo a la arbitrariedad del absolutismo mediante la constitución y las leyes, pero A. de Tocqueville muestra que la tiranía puede no ser arbitraria, que “puede ejercerse mediante la ley misma” , y en ello reside el peligro más amenazador para la democracia. La dominación consiste en el ejercicio de un poder que avasalla los intereses y las libertades de los gobernados. Mientras que el poder del pensamiento y de la ilustración no pudo ser suprimido por los gobiernos más absolutos de Europa y ha terminado por ponerles límites, no ocurre lo mismo con el absolutismo de la mayoría, que ejerce no sólo un inmenso poder de hecho sino también de opinión, coartando y limitando el pensamiento.
Mientras que las tiranías no tuvieron otro recurso que el uso de la violencia para sofocar al pensamiento, haciendo así más evidente su ilegitimidad, la tiranía de la mayoría ha intelectualizado la violencia, la ha desmaterializado, internalizado. La tiranía de la antigüedad “era a la vez violenta y restringida”, pero el despotismo que amenaza a las democracias modernas “sería más amplio y más benigno, y degradaría a los hombres sin atormentarlos”, logrando “penetrar en el dominio de los intereses privados más habitual y profundamente de lo que haya podido hacerlo ningún soberano en la Antigüedad” .
Cuanto más se incrementa el poder de la mayoría más crecen los vicios de la democracia: la inestabilidad legislativa y administrativa (el despotismo legal de los legisladores y la arbitrariedad de los magistrados ). Hay muy pocas garantías de libertad frente al incremento de la tiranía de la mayoría.
La igualdad democrática ha suprimido todos los rastros de arbitrariedad mediante el ejercicio de la voluntad soberana del pueblo y de las leyes, pero la democracia no implica necesariamente libertad ni ausencia de tiranía. Sólo la libertad puede ofrecer un obstáculo a la tiranía, por eso A. de Tocqueville cree que es necesario alertar a los hombres y a los pueblos de que el desarrollo de la democracia no implica el mantenimiento de la libertad y que sin libertad no hay garantías contra la tiranía, el despotismo y la dominación.
En Estados Unidos la libertad se ha mantenido porque el gobierno es centralizado pero la administración y la ejecución de las leyes no lo son. Han sido estas instituciones descentralizadas las que obstaculizaron el instinto despótico de la mayoría. La descentralización es potenciada por el derecho de asociación ilimitado, que es el recurso de las sociedades democráticas para oponer a la tiranía de la mayoría . Por otro lado, a este instinto le faltan aún el arte y los instrumentos adecuados para desarrollarse y potenciarse.
Tres causas contribuyeron -según A. de Tocqueville- al mantenimiento de la democracia en los Estados Unidos, legitimando su ejercicio: (1) la situación “particular y accidental”, histórica y geográfica de los norteamericanos: una región geográfica sin vecinos, sin guerras y sin “gloria militar”; la ausencia de una gran capital que quiera dominar sobre el interior del país; el azar de la cuna (los fundadores importaron la “igualdad de condiciones e inteligencias”, legando “hábitos, ideas y costumbres”); y los recursos ilimitados de la naturaleza; (2) la constitución y las leyes: a) la forma federal , b) las instituciones municipales, y c) la constitución del poder judicial; (3) la religión, los hábitos y las costumbres, regulados por la educación : “todo el estado moral e intelectual de un pueblo”, en el que la religión ejerce una influencia directa en la política e indirecta rigiendo las costumbres, poniendo un límite a la audacia de pensamiento y acción .

“Estas tres causas ayudan indudablemente a ordenar y a dirigir la democracia americana; pero si hubiera que clasificarlas, yo diría que las causas físicas contribuyeron menos que las leyes, y las leyes menos que las costumbres”

¿Cuál es la amenaza que se insinúa sobre las democracias modernas? ¿Qué tipo de opresión se cierne sobre los pueblos democráticos? A. de Tocqueville describe una tendencia central de las democracias modernas en la que se delinea un nuevo tipo de opresión generada por el desarrollo de un poder “tutelar”, “absoluto”, “minucioso”, “regular”, “previsor” y “benigno”; generándose una nueva “clase de servidumbre, reglamentada, benigna y apacible”, compatible con el principio democrático. No es violento, restringido, discontinuo o represivo. No hiere los cuerpos, sofoca las almas, despojando progresivamente a los hombres de sus “principales atributos de humanidad”. Debilita la capacidad de sentir, querer y pensar hasta un grado mínimo. Es un amo que enmascara su condición, que respeta los derechos, que incluso asegura el bienestar, pero, al mismo tiempo, cubre la sociedad entera con “una malla de pequeñas reglas complicadas, minuciosas y uniformes, entre las que ni los espíritus más originales ni las almas más vigorosas son capaces de abrirse paso para emerger de la masa” y reduciendo “al cabo a toda la nación a rebaño de animales tímidos e industriosos cuyo pastor es el gobierno” .
La metáfora del rebaño y el pastor, que luego será retomada por Nietzsche y por Foucault para describir a las sociedades democráticas modernas, aparece aquí claramente explicitada. A. de Tocqueville retoma de este modo una concepción del poder y de la dominación más ligada al pensamiento de Moro que al de Maquiavelo o Hobbes. Sin embargo, coincide con este último respecto a que el dominio es perfectamente compatible con la igualdad, la que, incluso hace posible la ilusión de no opresión. La doctrina hobbesiana había suprimido toda desigualdad de naturaleza entre los individuos y había fundamentado la soberanía absoluta en un pacto libre entre los individuos.

Conclusiones

Con John Stuart Mill, el concepto de dominación vuelve a circunscribirse al ámbito moral, siguiendo la tradición británica iniciada por Locke. La novedad del aporte de este autor al desarrollo de nuestro tema consiste en que se sitúa desde el comienzo en el contexto de la democracia. No apunta, sin embargo, a defender a la democracia contra el despotismo de los gobiernos o contra la tiranía de los magistrados sino contra la opresión de las opiniones dominantes. No se dirige contra el poder soberano ni contra las leyes establecidas sino contra el control social ejercido por el dominio de la moral pública.
J. S. Mill ha colaborado de manera decisiva para que, por primera vez, se tome conciencia de que “el pueblo puede desear oprimir a una parte de sí mismo” y que la dominación puede tener al pueblo como objeto y como sujeto. Este autor entiende la dominación como imposición de las opiniones y costumbres de la sociedad sobre los individuos. Para defenderse de esta forma de dominación, establece el principio de la soberanía absoluta de los individuos en lo que se refiere a sí mismos, a sus cuerpos y a sus espíritus. Como los efectos más visibles de la revolución industrial y de la democratización en el siglo XIX son la automatización y la uniformidad, las inteligencias más perspicaces comienzan a vislumbrar los peligros que se ciernen tras el achatamiento de las formas de vida y el opacamiento de las individualidades, lo cual parece conducir a una progresiva falta de pasión. Así, el dominio de la opinión pública es el dominio de la mediocridad.
Contra la tiranía de la opinión pública y el despotismo de las costumbres que todo lo igualan al rasero de la mediocridad, J. S. Mill alienta todo tipo de excentricidades que permita e incremente el desarrollo de la singularidad. A. de Tocqueville coincide con él en su evaluación sobre la nivelación que resulta de las tendencias de la época, pero su preocupación no se limita al plano moral ni a los derechos de los individuos. Desea comprender el impulso de la “revolución democrática” que orienta las transformaciones de las sociedades en los últimos siete siglos. Esta tendencia a “la nivelación universal” es un hecho objetivo, manifiesto en la historia, que conducirá fatalmente a una profunda transformación en las relaciones políticas, ya que –en su opinión- cuando la igualdad se establece en una relación, inevitablemente se extiende a todas las demás.
Con A. de Tocqueville el concepto de dominación adquiere una nueva significación, en la que no se define por oposición a la libertad sino por oposición a la igualdad. La revolución democrática, signada por la tendencia a la igualación, resignifica la totalidad de las relaciones sociales y políticas. Puesto que “no se puede concebir que haya hombres eternamente desiguales en un solo punto e iguales en todos los otros”, la igualación de las condiciones conduce inevitablemente a que las relaciones de desigualdad comiencen a considerarse ilegítimas, injustas y opresivas. Cuando ocurre tal cosa, devienen relaciones de dominación.
En síntesis, para este autor, la dominación se define como ciertas relaciones entre términos desiguales que comienzan a ser juzgadas como ilegítimas a consecuencia de la igualación de las condiciones producida por la revolución democrática.
La cara positiva de dicha revolución oculta una contracara negativa: la dominación, el despotismo blando, el desarrollo de un poder sin límites ni oposición, la nivelación universal a costa de la libertad. Para evitar los efectos de la dominación, Tocqueville sugiere (en coincidencia con J. S. Mill) fortalecer las libertades individuales y particulares y establecer un límite infranqueable al poder en los derechos universales del hombre, es decir, en la justicia.
El avance realizado por Tocqueville en la conceptualización de la dominación no se detiene aquí, sino que advierte con toda claridad que se ha producido un deslizamiento desde lo exterior hacia lo interior, desde la violencia sobre los cuerpos al sometimiento de las almas, desde la fuerza material al debilitamiento del pensamiento (inmaterial), desde el plano de los cuerpos al de los espíritus. Con estas puntuaciones este autor anuncia los aportes que realizarán pensadores del siglo XX como M. Weber, G. Lukács, H. Marcuse o M. Foucault, los que serán objeto de los próximos capítulos.

TEXTO FUENTE (lectura obligatoria):
Tocqueville, A. de, La democracia en América, Primera parte, capítulo 3; Segunda parte, capítulo 7.